viernes, 23 de noviembre de 2007

PEQUEÑO DESAFIO

Me miró con sus grandes ojos y supe que no tendría escapatoria. Intentaba ponerme seria, porque entendía que la situación requería esa impostura, pero al mismo tiempo, me resultaba completamente imposible no sonreír frente a la escena que se me planteaba. –¡Mamá! –me dijo –¡Ayudáme con los chicos! Sinceramente, no sabía qué contestarle y entonces, se me escapó un cuestionable -¿Qué chicos? —(…)— –¡Male! –le dije –¿De qué me hablás? –Mamá –me dijo –¡Ayudáme con mis chicos, no ves que están haciendo un lío bárbaro! Era un verdadero desafío, porque además de que viese lo invisible, mi hija me pedía que imaginara que esa invisibilidad andaba poniendo la casa patas para arriba. Sabía además que, por sobre todas las cosas, tenía que mantener la seriedad, porque la mínima sonrisa podía hacer no solo que Malena se enojara, sino que “sus chicos”, no entendiesen que esto no era “un chiste” y que debían portarse bien. –Bueno, está bien, pero ¿sabés? no estaba prestando atención –dije siguiéndole la corriente –¿Me podés decir qué fue lo que pasó exactamente? Miró hacia atrás, y luego mirándome nuevamente con una expresión que mezclaba enojo y ofensa, dijo: –Los chicos desordenaron todos los muñecos que yo tenía a los pies de mi cama, esos que vos me dijiste que junte o se los regalabas a alguien que los cuide. Bueno, yo los junté dos veces y ellos ¡los vuelven a tirar! —finalizó, dando énfasis a cada palabra con sus pequeñas manos. Al mismo tiempo que me sentía divertida, experimenté el roce del peque-desafío poniendo la supuesta inteligencia adulta a prueba. La mirada de mi hija -para ese entonces fija en mí- esperaba ya más de un consuelo. Malena quería que su madre emitiera una verdadera sentencia que la absolviera de todo castigo y reprendiera a esos niños perdidos escapados de la tierra de Peter Pan, que andaban haciendo de las suyas con sus pobres muñecos. Contuve la risa, me tome una fracción de segundo para intentar viajar a mi niñez escondida y con toda la justeza de que me sentí capaz, le dije que me dejara “a solas” conversar con sus niños, para que esto no volviera a repetirse. La felicidad de mi hija era tan grande que ocupaba el cuarto entero. Era casi tangible y visible como su inmensa sonrisa. Salió de la habitación, cerró la puerta y era de suponer que aguardaba tras la puerta, ya que no se oía ningún ruido en la casa. —Bueno —les dije —Soy la mamá de Malena —continué solemne, como si necesitase presentarme —Les voy a pedir por favor que se porten bien y que por hoy ya no hagan más travesuras, sino me voy a ver obligada a llevarme los muñecos y a dejarlos a Uds. castigados. Imaginaba que debía parecer algo cómica -dentro de mí solemnidad- mientras estaba hablándole a la nada sólo interrumpida por muñecos varios y juguetes. Repentinamente Malena abre la puerta y dice: –Mamá, decíles que no les voy a contar más cuentos– –¿Pero no es un castigo muy grande? –pregunté risueña– —No —dijo —Decíles —y se fue nuevamente cerrando la puerta. —Bueno —dije otra vez —Creo que Uds. lo escucharon. Si no se portan bien, ella no les va a contar más cuentos. Mientras juntaba los juguetes del piso y los ponía uno a uno en su sitio, irremediablemente me encontré pensado en mi niñez. Sin duda ya no estaba, pero a lo mejor era cuestión de saber si había estado alguna vez; buscar un poco por ahí, bien atrás en el tiempo, donde hacía mucho no quería viajar. De pronto, recordé muy divertida, como durante algunos años, no dormía tratando de espiar a los muñecos a ver si hablaban o jugaban entre ellos, para lo que me acostaba con una linterna intentando sorprender ese momento, haz de luz en la mano. Un lindo recuerdo que ya no creía tener en mí. Salí del cuarto. Mi hija me miraba con sus extraordinarios ojos. —¿Ya está? —preguntó. Asentí con un movimiento de cabeza. La vi entrar resuelta a su cuarto y hablar “al aire” de lo que había pasado. Me di vuelta, creo que como buscando mi pasado pero no encontré nada, me sonreí y fue entonces cuando al volver la cabeza los ví, como en una foto antigua y descolorida: una hilera de niños tristes y apenados me miraban, mientras uno al lado del otro, escuchaban los retos de la vecina por haber roto el cristal con su pelota de trapo. Sacudí mi cabeza y al mirar nuevamente, pude ver que mi hija –aún algo enojada con ellos– los estaba retando.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Un hermoso juego de espejos, de retos por conductas naturales, de fatalidades de la infancia y los ojos de Malena. Tan bellos que al sentirse mirado el mundo va a arreglarse un poco.
Un beso Maraia!

MaraiaBlacke dijo...

Gracias Roberto, vos sabes que tu palabra es muy importante para mi.

Ah esos ojos...pobre mundo...!
Ay ese mundo...pobres ojos...!

Alicia M dijo...

Maraia...me hiciste acordar a los divagues de mi hijo. El tenía varios personajes imaginarios que me ponían a prueba todos los días. No sólo tenía que saber cuál de ellos era...si no que cada uno tenía su personalidad y sus gustos. Esa niña va a ser una escritora o algo así. Mi hijo es ahora profesor de literatura y escritor. Será así? Besos, muy lindo como lo expresaste.