jueves, 3 de enero de 2008

EL VIOLINISTA

Entonces sucedió, el violinista atravesó la realidad oscura y patética que lo envolvía y malograba su arte. Con su arco, su cuerda y su corazón armónicamente unidos, Bastian logró lo que todos creían imposible: erradicar de una vez para siempre de la comarca de Salstentein, ese lógobre sonido que ya nadie se atrevía a llamar música, y que por una amor no correspondido, como una maldición, se había extendido por mas de tres centurias en su familia. Todo comenzó cuando Basil, luthier de profesión y virtuoso violinista, desairó las pretensiones amorosas de la hija de un rico comerciante de su pueblo, y decidió comprometerse con la hija de un terrateniente de la comarca vecina. Cuenta la leyenda que la niña se entregó sin remedio al llanto y al ayuno, dejándose en su tristeza morir y que –salvo en los momento en que lloraba con un llanto desgarrador, nadie jamás volvió a escuchar su voz. En lo que creyó ser su auxilio -presa sin duda de la mas absoluta desesperación- su madre: Elena de T, mujer de profundas convicciones religiosas, luego de no encontrar consuelo ni solución para su hija en la que era su fe, decidió buscar a Sarima, una vieja de origen morisco, decrepita y sola, que vivía cerca del bosque y cuya fama de hechicera era tan antigua como ella misma. La vida de Sarima estaba sembrada de tanto misterio, como su edad, y procedencia. La Sra. de T había llegado a tener conocimiento de ella por el chismorreo de la servidumbre de su casa, quien recurría a la hechicería amorosa con mucha frecuencia. Su hija ciertamente se moría de amor y por amor ella se decidió a dejar de lado su fe y consultar a la vieja hechicera. Sarima, contaba con cierta fama y credibilidad por algunas efectivas o casuales intervenciones favorables: que cierto hombre quisiera a cierta mujer o que el joven amado no desee estar con ninguna otra muchacha que no fuera quien requeria esos “servicios especiales”, eran su especialidad. La absoluta soledad de Sarima, el misterio que la rodeaba y los “poderes especiales” que se le atribuían hicieron que la gente urdiera las más increíbles historias sobre ella, y las creyesen a rajatabla. Se le adjudicaba el manejo de cuanto maleficio o conjuro existiera sobre la tierra y afirmaban que en su juventud había pactado con el diablo para obtener los favores de un hombre importante. Decían también que durante el plenilunio, en la espesura del bosque, bailaba enloquecida con su cabello suelto alrededor de una inmensa fogata, mientras cantaba en idiomas extraños. Le adjudicaban el manejo a la perfección innumerables conjuros: los de la sal, la sombra, la escoba o de las estrellas, se contaban entre los preferidos y todos ellos eran de carácter amoroso y destinados a la vuelta del renuente objeto de amor. Sarima, ofreció poner en práctica una serie de conjuros destinados a que Basil, cayera rendido a los pies de la infortunada muchacha, mas la Sra. de T, con una ira que le quemaba las entrañas, explico que a estas alturas ella buscaba algo completamente diferente. Ella quería, le explicó, que nadie olvidara por muchos años el sufrimiento de su hija por un amor no correspondido y que como Basil jamás escucho los ruegos de amor de su hija, nadie en esta tierra volviese a deleitarse con su música y su arte. Sarima, le advirtió que lo que ella pedía podía tener consecuencias irreversibles, pero la Sra. De T, le espeto que nada podía ser peor que lo que su hija –y ella misma- estaban viviendo y le sugirió que buscase una forma efectiva de cumplir lo que pedía, o el Tribunal de la Santa Orden, se enteraría de sus “artes”. Sarima, dijo y maldijo, juro y conjuro: Sal salada que del mar fuiste sacada, saca así de esta comarca y mata su arte virtuosa y la música enamorada, que no quede en la calle ni en la plaza y que de ese violín y los siguientes solo suenen notas envenenadas. Cuando años después, la Sra. de T, denunciada por su propia servidumbre, confeso ante el Tribunal de la Santa Orden lo sucedido y llorando pidió clemencia, su hija ya había muerto luego de una terrible agonía y Basil andaba como un bendito sin entender que le había sucedido a su música, a su arte y a su vida. Cuentan que el pobre infeliz vivió sus ultimo años vagando por el bosque, buscando decían, una vieja morisca, decrepita y hechicera que quizás con sus conjuros y maleficios podía ayudarlo a recuperar su arte y la gracia de su música. La comarca de Saltestein, jamás volvió a ser la misma, y con el tiempo nació la leyenda del “lamento del violinista”, por la cual cada generación que sucedió a Basil, solo arrancaba sonidos como llantos a su violín, lamentos como lloriqueo de mujer desconsolada hasta que…

**Pintura de Jose De La Barra, artista Peruano. Más info en http://www.artmajeur.com/delabarra/