jueves, 29 de noviembre de 2007

AUSENCIAS

"El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor." Fiodor Dostoievski.

Desperté. Mis ojos miraron el techo de la habitación y luego al reloj de la cómoda. La visión borrosa y algo adormilada, no me permitía hacerme una composición tiempo–espacio adecuada, pero la luz que entraba por la ventana a medio cerrar indicaba, sin posibilidad de error, que era de mañana. Estaba confundida, dolorida, con la sensación de haber tenido un terrible sueño y la resaca de haber sido consumida por la angustia de una muerte. Intenté repasar los hechos del día anterior, pero no recordaba nada extraño, salvo que después de sentarme a los pies de la cama …, no recordaba nada más.

Con mucha dificultad logré incorporarme. Ahora, la luz me llegaba a borbotones desde el comedor como si hubieran descorrido el cortinado de la puerta de acceso al patio. Me quedé largo rato mirando la cortina cerrada sin entender que pasaba, porque la luz era cada vez más intensa. Quizás la gran cantidad de días nublados y lluviosos, habían desacostumbrado mis ojos al brillo del sol, del bello sol tan tibio…
Mi gata saltó a mi falda y el haz de luz que me cegaba, se cortó repentinamente con su cuerpo peludo y oscuro. Quise acariciarla pero mi mano estaba completamente dormida y erraba los movimientos más elementales.
Inmediatamente, las puntadas en la cabeza se hicieron sentir y a la par que un dolor insoportable me hacía llevar las manos a mis sienes, sentía que me iba yendo del lugar, que involuntariamente lo abandonaba, que caía en un irremediable sueño de convulsión.
Desperté. Mis ojos miraron el techo de la habitación y luego al reloj de la cómoda. La visión borrosa y algo adormilada, no me permitía hacerme una composición tiempo–espacio adecuada, pero la luz que entraba por la ventana, el brillo de esa luna resplandeciente, me indicaba -sin posibilidad de error- que era de noche.
* título de la Obra : "Muchacha Epileptica" Cuadro de los Milagros, 1510, Girola Altötting.

martes, 27 de noviembre de 2007

MURCIELAGOS

El hombre estaba en cuclillas observando algo en el piso, junto a los canteros de la plaza. Al pasar junto a el, me dijo...es lindo. Me acerqué pensando que era un pichón que había caído de un nido. Me mostró el piso. Era un murciélago. Me vió el gesto y dijo...si señora, es lindo. A mi me recuerda a mi nieto. Duerme de día, vuela de noche. Sólo que este no fuma, no es verdad lo que dicen. Sabe? La gente no lo quiere por que tiene mala prensa. Claro! si fuera de colores...o con hermosas plumas...lo tendrían en jaulas. No hay que discriminar. Es un animalito útil y bueno. Mire, lo digo por experiencia. Tengo algunos en casa. Bueno, es un decir...viven en el portarrollos de la ventana. Algunos vecinos tomaron medidas para eliminarlos...pero a mi, no me molestan. A veces escucho como unos rasguños...muy leves...o algo parecido a un piar...pero no piden nada...y hasta son una compañía. Yo no sabía que decir...asentí. En realidad me parecía que tenía razón. El, se agachó, tomó delicadamente al murciélago en sus manos y lo depositó debajo de una arbusto...lejos del camino. Me dijo...este debe estar enfermo. No es normal que esté a la luz del día y solo. Se despidió y se fué, creo, a ver como estaban sus huéspedes del portarrollos. Mientras me alejaba...sentí que este buen hombre, me había convencido. No hacía falta más que ver los noticieros, para darse cuenta de que en realidad, los murciélagos eran, comparados con nosotros...buenísimos!! Texto de Alicia Esmoris Lara.

sábado, 24 de noviembre de 2007

ÁNGELES DEL INFIERNO

Ellos eran muchos. Embutidos en un rancho. Tenían perros que ofrendaban a los autos porque la muerte era habitual y comedida en su comarca de latas oxidadas.
También vivían allí el “crudo invierno”, que no terminaba de cocerse aunque prendieran fuegos, y ese olor rancio de la “pobreza extrema”.
Bajaban de los postes de la calle cables de luz, televisión y hasta teléfono. Y un Dodge 1500 reventado completaba ese confort tan miserable que la “ayuda social” no contemplaba.
Dios perdonaba las palizas del jefe a la patrona, el vino violento de las noches y los robos de cada madrugada. Para que oyeran su palabra les enviaba dos ángeles con Biblias y polleras largas todos los domingos de mañana.
Texto de Roberto Esmoris Lara (quenoseademasiadotarde.blogspot.com)

viernes, 23 de noviembre de 2007

PEQUEÑO DESAFIO

Me miró con sus grandes ojos y supe que no tendría escapatoria. Intentaba ponerme seria, porque entendía que la situación requería esa impostura, pero al mismo tiempo, me resultaba completamente imposible no sonreír frente a la escena que se me planteaba. –¡Mamá! –me dijo –¡Ayudáme con los chicos! Sinceramente, no sabía qué contestarle y entonces, se me escapó un cuestionable -¿Qué chicos? —(…)— –¡Male! –le dije –¿De qué me hablás? –Mamá –me dijo –¡Ayudáme con mis chicos, no ves que están haciendo un lío bárbaro! Era un verdadero desafío, porque además de que viese lo invisible, mi hija me pedía que imaginara que esa invisibilidad andaba poniendo la casa patas para arriba. Sabía además que, por sobre todas las cosas, tenía que mantener la seriedad, porque la mínima sonrisa podía hacer no solo que Malena se enojara, sino que “sus chicos”, no entendiesen que esto no era “un chiste” y que debían portarse bien. –Bueno, está bien, pero ¿sabés? no estaba prestando atención –dije siguiéndole la corriente –¿Me podés decir qué fue lo que pasó exactamente? Miró hacia atrás, y luego mirándome nuevamente con una expresión que mezclaba enojo y ofensa, dijo: –Los chicos desordenaron todos los muñecos que yo tenía a los pies de mi cama, esos que vos me dijiste que junte o se los regalabas a alguien que los cuide. Bueno, yo los junté dos veces y ellos ¡los vuelven a tirar! —finalizó, dando énfasis a cada palabra con sus pequeñas manos. Al mismo tiempo que me sentía divertida, experimenté el roce del peque-desafío poniendo la supuesta inteligencia adulta a prueba. La mirada de mi hija -para ese entonces fija en mí- esperaba ya más de un consuelo. Malena quería que su madre emitiera una verdadera sentencia que la absolviera de todo castigo y reprendiera a esos niños perdidos escapados de la tierra de Peter Pan, que andaban haciendo de las suyas con sus pobres muñecos. Contuve la risa, me tome una fracción de segundo para intentar viajar a mi niñez escondida y con toda la justeza de que me sentí capaz, le dije que me dejara “a solas” conversar con sus niños, para que esto no volviera a repetirse. La felicidad de mi hija era tan grande que ocupaba el cuarto entero. Era casi tangible y visible como su inmensa sonrisa. Salió de la habitación, cerró la puerta y era de suponer que aguardaba tras la puerta, ya que no se oía ningún ruido en la casa. —Bueno —les dije —Soy la mamá de Malena —continué solemne, como si necesitase presentarme —Les voy a pedir por favor que se porten bien y que por hoy ya no hagan más travesuras, sino me voy a ver obligada a llevarme los muñecos y a dejarlos a Uds. castigados. Imaginaba que debía parecer algo cómica -dentro de mí solemnidad- mientras estaba hablándole a la nada sólo interrumpida por muñecos varios y juguetes. Repentinamente Malena abre la puerta y dice: –Mamá, decíles que no les voy a contar más cuentos– –¿Pero no es un castigo muy grande? –pregunté risueña– —No —dijo —Decíles —y se fue nuevamente cerrando la puerta. —Bueno —dije otra vez —Creo que Uds. lo escucharon. Si no se portan bien, ella no les va a contar más cuentos. Mientras juntaba los juguetes del piso y los ponía uno a uno en su sitio, irremediablemente me encontré pensado en mi niñez. Sin duda ya no estaba, pero a lo mejor era cuestión de saber si había estado alguna vez; buscar un poco por ahí, bien atrás en el tiempo, donde hacía mucho no quería viajar. De pronto, recordé muy divertida, como durante algunos años, no dormía tratando de espiar a los muñecos a ver si hablaban o jugaban entre ellos, para lo que me acostaba con una linterna intentando sorprender ese momento, haz de luz en la mano. Un lindo recuerdo que ya no creía tener en mí. Salí del cuarto. Mi hija me miraba con sus extraordinarios ojos. —¿Ya está? —preguntó. Asentí con un movimiento de cabeza. La vi entrar resuelta a su cuarto y hablar “al aire” de lo que había pasado. Me di vuelta, creo que como buscando mi pasado pero no encontré nada, me sonreí y fue entonces cuando al volver la cabeza los ví, como en una foto antigua y descolorida: una hilera de niños tristes y apenados me miraban, mientras uno al lado del otro, escuchaban los retos de la vecina por haber roto el cristal con su pelota de trapo. Sacudí mi cabeza y al mirar nuevamente, pude ver que mi hija –aún algo enojada con ellos– los estaba retando.